domingo, 7 de junio de 2009

Una vez mas

Cada día, vuelve al teatro.
Saca el vestuario, y comprueba que esté en orden. Limpio y sin manchas.
Impecable, como la primera vez.
Se viste pausadamente, prestando especial atención al contacto de las telas.
El raso y la seda le causan una placentera sensación de antigüedad.
Luego el maquillaje.
A medida que lo aplica, ve florecer, la imagen de la otra.
La simbiosis resulta perfecta.
Su pobre vida carente, queda colgada en el perchero, esperando.
Ni siquiera es necesario repasar la letra.
Ha hecho carne las palabras del libreto.
El sordo murmullo del público al llenar la sala. El silencio expectante que precede a su entrada… le indican el momento.
Tiene que ser convincente.
La autoexigencia, es la más férrea de las tiranas.
Sostener un diálogo consigo misma frente al público y llevarlo al extremo de la credibilidad, para provocar en los espectadores esos sentimientos ocultos que hacen surgir la comprensión y hasta el compromiso o la complicidad, no es fácil.
Sus pasos furtivos hasta ocupar su lugar en bambalinas, y luego firmes para entrar en escena.
Tiene que ser convincente.
A medida que sus palabras se suceden… Percibe como el ambiente se va tensando más y más.
Una densa sensación los envuelve a todos.
En cada pausa suya, percibe el silencio angustioso. La respiración contenida, encerrada, del público.
Hasta llegar al final. Temido, irrefutable.
Es la hora. Tiene que ser convincente.
Saca del estrecho hueco de su pecho, el instrumento que le dará descanso.
Levantando el puñal a la altura de sus ojos, contemplando el brillo de la hoja, con mano firme… la entierra sin preámbulos en el mismo lugar de dónde la sacó.
La sangre brota manchando de púrpura el raso y el satén.
Cae.
Se apagan las luces.
El público explota en aplausos.

Tirada en el piso aún, abre los ojos… y se levanta.
Ya sabe lo que vendrá luego.
Se ve a sí misma otra vez, tendida sobre el piso. Con toda la ropa manchada de sangre.
Ve a toda esa gente aplaudiendo y aclamando, y… no se levanta.
Entonces vienen los gestos de sorpresa, pensando que tal vez, el nivel de posesión del personaje, la agotó. Renuevan los aplausos.
La sospecha, va transformando sus caras con muecas de miedo.
Luego, los gritos.
Entonces vuelve al camarín. Se viste con… su vida, y se va mientras es de día y el teatro permanece vacío.

Gloria

2 comentarios:

Yamandú Cuevas dijo...

Que contento me quedo de verte así. Este blog sos vos. Me encantó y me conmovió el encabezado.
Está tan bien escrito que lo vi a Sergio colgando sus fotos y a vos niña mirando y maravillándote. Cuando mi vieja colgaba las sábanas yo también lo vivía como una experiencia de un gran goce estético.

El relato una delicia. Impactante, duro, verosímil, triste, sencilamente fantástico.

Y en el viaje claro que te sigo, es más, creo que nunca te he abandonado. Yo también envejezco y siento lo mismo que vos. Somos hermanos de vida.

Un blog de putamadre.

Te mando un beso y gracias por el arte.

Ju! dijo...

:) precioso madre, hacés de la vida arte, qué lindo estar cerca para contagiarme!