lunes, 22 de junio de 2009

Sergio

Algo llama su atención en los títulos del periódico:” La desaparición de… aparentemente…familiares…las comisarías llenas de denuncias…las marchas…el silencio…”
Cuando el Negro no volvió a su casa y Alicia muy preocupada lo llamó pidiéndole que fuera a quedarse con ellas esa noche, acudió por supuesto, a la casa de sus amigos. La cara de Alicia no se veía nada bien, pobre, estaba como lívida. Le dio pena que se sintiera así por una trasnochada del Negro. Seguramente el Negro se andaba divirtiendo por ahí. Siempre había sido un caradura.
Después la madre se llevó a las niñas cuando Alicia tampoco volvió.
Ahí ya no supo que pensar. Una cosa era una trasnochada, o dos. Pero eso de que Alicia se fuera de la casa también… Nunca pudo entender el por qué, de que el Negro y Alicia… no volvieran.
Otro fue el Pelirrojo que no apareció más a jugar al ajedrez. Tampoco volvió al billar, donde casi todas las noches se tomaba una caña después de las diez. Cosa rara.
Cuando se decidió a ir a preguntar a la casa, la hermana con una mirada compasiva, aunque un poco resentida, lo abrazó. Lo abrazó fuerte. Pobre mina. Se veía que estaba desesperada cuando le contaba que hacían veinte días que no sabían nada del Pelirrojo. Que tenía miedo por la madre que no comía, no dormía y había ido a cuanto lado se podía ir para reclamar la presencia del hijo. Quedó como rota desde que el Pelirrojo…no volvió.
Y ahora que lo piensa, de Nora tampoco tuvo más novedades. Al principio supuso que estaría ocupada con trámites respectivos a su hermano. Buscando abogado, llevándole cosas necesarias, preguntando… Porque era sabido que a Roberto lo habían llevado preso. Pero pasaron los meses y de Nora, nada.
Algo…raro…mal puesto ¿? Un error de edición seguramente.
Algunas letras cambian de formato súbitamente en el transcurso de una línea, y luego retoman el modelo original para terminar la frase.
A medida que avanza en la lectura se van repitiendo los errores.
Que pasa ¿? Un nuevo jefe de redacción o de edición, mejor dicho de edición. O será de redacción ¿?, sin experiencia ¿? sin atención ¿? Una máquina de escribir defectuosa ¿? La ineptitud de alguien, tal vez…
Recorta las pequeñas letras discordantes y las coloca sobre una hoja de papel. Las cuenta. Intenta ordenarlas. Se pregunta si siguen algún orden determinado.
El jefe de edición o de redacción, no importa, nuevo…una máquina defectuosa…la ineptitud o… lo hacen con un propósito ¿?
Se trata de algo al margen ¿? un mensaje cifrado ¿?
Tiene que leer los próximos periódicos con atención. Solo así podrá sacar algo en limpio. Por ahora lo catalogará de “error”. No importa de quien.
Dobla y guarda la hoja de papel con todo adentro. (Por las dudas).
No es fue fácil conciliar el sueño esa noche. Las letras, los símbolos y los jefes o empleados nuevos de redacción o de edición, no importa mucho eso, se le aparecen como negativos en blanco y negro uno detrás de otro. Después las imágenes pasadas con cámara rápida, del Negro, de Alicia, del Pelirrojo, de Nora y de Roberto el hermano, y decenas de personas que vienen con Roberto
Una luz rayada entrando por la persiana de su pieza, y la vejiga ardiente como una pelota de fuego líquido, le avisan que la noche ha terminado.
Noche nefasta en que su cabeza fue la base de las más terribles torturas a las que se puede someter… una cabeza.

A pesar de los jefes o empleados de redacción o de edición, de los negativos en blanco y negro, de las imágenes a cámara rápida y de las torturas infringidas a las cabezas, se levanta.
Vistiéndose con lo que encuentra primero, se dirige al puesto de diarios.
Al tomar el camino de regreso, siente…miradas.
Saluda a Don Osvaldo que siempre matea en el porche. Don Osvaldo no mira, trata de introducirse en el paisaje cotidiano.
Contesta el saludo de esa dulce chica vestida de colores que todos los días, a diferentes horas, pasa por su puerta llevando varias cosas, también de colores, en su bicicleta anaranjada. Siempre lo saluda con un “Buen día” dedicándole una hermosa mirada con esos grandes ojos oscuros, y sigue pedaleando.
Le viene a la mente la canción del Submarino amarillo. Yellow submarine, yellow submarine…
Proveniente de otro… lado... Algo…
Apura el paso y al llegar al portón de su casa se detiene de golpe. Se da vuelta abruptamente y mira. Mira por una fracción de segundo, como imágenes pasadas en cámara rápida, cada imagen humana que pudiera notar.
Entra a su casa y cierra la puerta con llave. Comienza a tararear, para distenderse. Pone el agua para el mate y mientras espera, se asoma a una ventana y cierra las cortinas.
Sigue tarareando mientras abre el periódico.
Aparece la primera. A los dos segundos… la otra.
El mate queda frío con un verde en dos tonalidades. Mientras tararea “la, la, la, in the yellow submarine, yellow submarine, yellou submarine”
Tendrá que usar nuevamente las tijeras. Las pequeñas letras discordantes están ocupando, otra vez, lugares inadecuados de la composición. Comienza decidido con la tarea aguzando el ojo y la mente.
El mate sigue con el mismo verde en dos tonalidades, cuando tiene que encender la luz.
Sigue cambiando de lugar y de posición algunas letras. Otras las ha dejado aparte formando una figura horizontal angosta y alargada.
Tiene frío. Le duelen los ojos, la espalda, y... alguna cosa entre su adelante y su atrás.
Se levanta para prepararse un café.
Cuando vuelve a su mesa de “trabajo”, lo que tantas horas le había costado sin muchos resultados aparentes, se le presenta ahora como algo inconfundible. Así de repente y sin tocar nada, comprende todo.
Siempre estuvo claro. Solamente había que saber mirar bien.
Agrega las letras restantes a la figura horizontal angosta y larga, y la pega en una hoja de papel. La dobla cuidadosamente.
Se dirige a su cuarto. Abre el ropero y saca una valija medio ajada. No tanto por el uso, sino por todo lo que la estaba apretando y aplastando. La abre sobre su cama. Mete un par de zapatos, dos calzoncillos, dos camisetas, un pantalón, un buzo, el long play de The Beatles - Yellow Submarine, y la hoja de papel doblada que contiene la figura.
Se tira vestido en la cama sin tender. Le duele…todo.
Los perros vecinos comenzando a ladrar anunciando el paso de los primeros transeúntes, el ruido de los ómnibus al retomar los primeros horarios, la luz que se hace inminente, le indica que está llegando la hora.
Es una fría mañana de los primeros días de agosto, y sin siquiera prepararse el mate, Sergio se sienta ansioso en el porche con la campera puesta y la valija al lado.
Ahora sabe que todo tiene una única explicación. Todo es claro. Sus amigos…sus camaradas, lo van a venir a buscar. El está esperándolos.

Gloria

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