lunes, 15 de junio de 2009

LA VERDAD

Disfruto de la soledad y la lectura.
Estoy demasiado ocupado leyendo, como para atender asuntos sociales.
Elisa sigue visitándome y cargoseándome con su discurso de: “Es bueno airearse, caminar. Se oxigena el cerebro y hace bien para los huesos”.
Pretende cuidarme. Es una dulce mujer que…yo recibo con resignación y hasta con cariño.
Siempre trae dulce casero de ciruelas o de arándanos. Toma asiento en el mismo sillón de siempre, y yo me siento frente a ella.
Desde la cocina trae rebanadas de pan caliente y sirve el té hirviendo en las tazas.
Saca triunfante el frasco de su bolso y lo abre en medio de la mesita. Orgullosa me comenta que esa semana ha hecho cambios en la cocción y que ahora sí me resultará un manjar. Hasta me hace poner los lentes para que mire sin turbiedades y aprecie el exacto color que ha logrado.
Los frascos casi llenos se van apilando en la despensa.
Me da pena decirle que lo como en un acto de complacencia hacia ella y solamente cuando está presente. Los trae con tanta bondad, con tanto entusiasmo… hubiera sido cruel de mi parte decirle la verdad.
No comprendería que me arreglo tan solo con el silencio. Y la paz de leer en soledad.
No imagino a Kant ni a Nietzsche ni a Schopenhauer, perdiendo el tiempo en catar el gusto o definir el color de algún dulce.
Los imagino pensando en cosas importantes, como confrontar la idea del bien y el mal por ejemplo. Qué está bien realmente ¿? Que está mal ¿? Y con respecto a qué se puede evaluar dicho concepto.
Deseo comerme todas esas escrituras. Dedicarme con satisfacción a devorar volumen tras volumen. Sacar mi propia conclusión al respecto.
Día tras día. Semana tras semana. Mes tras mes. Sin ser interrumpido por la presencia de Elisa, claro.
Gracias a mis lecturas, descubrí que el bien y el mal pueden ser relativos.
Si nos basáramos en la teoría de que lo bueno es solo lo que nos causa placer y lo malo es su contraparte, cometeríamos actos horrendos amparados por el hedonismo.
Y si nos apoyáramos en la teoría de que los términos bien y mal sirven siempre para justificar o condenar nuestros propios errores, nos convertiríamos en tiranos implacables.
Justificar determinado tipo de voluntad y condenar otra no se parece a la comprensión ni a la verdad.
Lo importante es comprender. Estudio horas y horas tratando de comprender.
Ya casi ni siento sueño. No quiero perder tiempos inútiles. Solo quiero comprender.
Pero a Elisa no le interesan mis cavilaciones. Y me importuna con sus visitas amables y sus dulces. No puedo decírselo. O tal vez… sí.
Tal vez si sintiera la verdad entrar como un rayo en su cerebro opacado, como una revelación... Comprendería.
Pienso y pienso como decírselo. No quiero herir su susceptibilidad. Pero… cada vez me fastidian más sus visitas.
Hoy es miércoles. Estoy terminando de leer “Categorías de la ética en las que se expresa la estimación moral de los fenómenos sociales y de la conducta de las personas”.
Elisa no vino ayer. Eso me permitió leer con atención y avanzar rápidamente. Estoy al borde de la comprensión.
Suena el timbre. Es ella. Entra.
Con familiaridad deja su bolso en el sillón. Se dirige a la cocina para calentar el agua y tostar el pan.
Yo voy a la despensa. Traigo un frasco casi lleno de dulce de frambuesa y lo escondo bajo mi sillón.
Vuelve. Veo como mueve la cabeza y la boca al hablar, pero ya no la escucho.
Se sienta frente a mí. Sirve el té.
Antes de que saque de su bolso otro frasco de dulce… la verdad entra como un rayo de comprensión en su cerebro.

Gloria

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